Editoriales, Lucerna No. 10

Editorial de Lucerna N°10 (2017)

Diez números no deben dar ocasión a la celebración ni al ejercicio de la autocomplacencia. La constancia no es un valor en sí mismo, y sea cual fuere el mérito relativo de cada edición de Lucerna, no creemos que ello nos haya investido de autoridad alguna que nos permita dirigirnos a nuestros contemporáneos desde algún pedestal imaginario. La única autoridad posible –siempre parcial y relativa–, es la que emana de las valoraciones críticas acertadas y de la originalidad y autenticidad de las obras publicadas. Este tipo de autoridad no exige obediencia ni reclama nada para sí, pues la irradiación de sus poderes se realiza de manera libre y espontánea sobre aquellos que la requieren, dejando indemnes a quienes no. Es una autoridad tan distinta del estrellato mediático que exige la sumisión acrítica de su comunidad de acólitos. Tan diferente de la que se arroga para sí la autoproclamada antiliteratura o antipoesía, contestataria mientras el viento sopla en contra, pero despótica cuando este es favorable. Pues no pocas veces se ha visto que la misma vehemencia e intransigencia que ponen en tratar de abrirse paso, la emplean, una vez alcanzada alguna posición de poder, en intentar entronizarse de manera exclusiva y excluyente, eliminando o silenciando las voces divergentes y las que no contribuyan a su mayor gloria, sirviéndose, para tal fin, de las prácticas y los métodos empleados por los representantes de la cultura oficial o el establishment, a quienes, por estrategia, aseguran combatir. Replicar y perpetuar estos mecanismos de exclusión antidemocráticos no tiene, por supuesto, nada de «antisistema» y menos de «vanguardista», solo desnudan el talante reaccionario y acomodaticio de algunas figuras estratégicamente contestatarias.

Por nuestra parte, como no aspiramos a ninguna autoridad más allá del valor de lo estrictamente publicado, no intentamos producir ningún tipo de mercancía cultural o «capital simbólico» que pretendamos canjear por fama, renombre o posicionamiento, y es por ello que nos negamos a recurrir al gesto hueco, al efectismo de la frase altisonante con la finalidad de atraer o entretener lectores que necesitan ser atraídos o entretenidos.

Al hacer esta revista, en suma, no le ofrecemos al lector otra cosa que una propuesta de lectura. No nos engañamos ni pretendemos engañarle prometiéndole un aura de cultura del cual envanecerse, ni la pertenencia a una comunidad en la cual podrá comentar o encontrar comentado el libro de la semana del suplemento dominical. Antes que nada, somos lectores, y respetamos demasiado al lector para intentar embaucarlo de esa manera. ¿Qué pretendemos, entonces con Lucerna? Nada que no pueda saltar a simple vista de sus páginas, con flagrante desnudez y transparencia. Renunciamos, pues, a disputar algún espacio o posición de poder con las mismas armas que contribuyen a preservarlo. Pero a lo que no podemos renunciar es a lo único que podría preservar nuestra integridad en tiempos de confusión general: nuestra lucidez para, por lo menos, reconocer la medida de nuestras fuerzas y saber lo que podemos y no podemos ofrecer al lector.

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