Lucerna No. 7, Traducciones

Ocho poemas de Louise Glück (Lucerna N°7: 2015)

(Fotografía de Gasper Tringale)

Selección, traducción y presentación de Miluska Benavides

Louise Glück nació en Nueva York, en 1943, y creció en el seno de una familia de origen judeo-húngaro. Su larga trayectoria poética, de más de trece volúmenes, entre los que se encuentran The House on Marshland (1976), Descending Figure (1980), The Triumph of Achilles (1985), Ararat (1990), The Wild Iris (1992), Vita Nova (1999), Averno (2006), le ha valido reconocimientos como el Pulitzer de Poesía (1993) y el título de Poeta Laureada (2003-2004). Glück vive en Cambridge, Machassusetts, y se dedica a la enseñanza de escritura creativa en la Universidad de Yale.

La poesía de Louise Glück habla de la cambiante identidad del yo al abordar la relación entre la experiencia cotidiana, el espacio natural y el mito. El mito transfigura la experiencia de la persona como entidad mortal, y la traslada a un relato “completo” y por el que el “yo” accede a una experiencia reveladora. Por otro lado, el espacio natural se convierte en un modelo, porque revela el carácter transitorio del “yo”: el cuerpo es el medio a través del cual se descubre y experimenta el “devenir”. Los poemas se construyen a partir de un “yo-testigo” o personae cuyas experiencias ponen en crisis la objetividad del lenguaje. El lenguaje poético no sirve para la expresión del “yo”, los poemas desnudan la ineficacia del lenguaje frente a la experiencia vivida, a pesar de que se pretende codificarla desde su carácter más material.

En el plano formal, Glück –sobre todo en la primera etapa de su obra– trabaja con el metro corto que privilegia la concisión. Esta decisión formal concentra la mirada “objetivada” o la relación declarada entre el sujeto y el objeto. Su postura en relación a esta poética ha ido evolucionando desde su temprana afiliación a la poética objetivista, hasta sus últimos poemarios, en el que la elipsis se convierte en un mecanismo de expresión de la nada y la quietud.

Esta selección incluye poemas desde sus primeras entregas hasta su último libro, Faithful and Virtuous Night (2014), del que he seleccionado dos poemas.

LOS NIÑOS AHOGADOS

Ves, no tienen juicio.
Así que es natural que se ahoguen,
primero se los tragó el hielo
y después, todo el invierno, sus bufandas de lana
flotaban tras ellos mientras se hundían
hasta que al fin se quedaron quietos,
y la laguna los alzaba con sus múltiples y oscuras manos.

Pero la muerte deberá llegarles de una forma diferente,
tan parecida al comienzo,
a pesar de que siempre habían sido
ciegos y ligeros. Por eso
el resto es soñado, la lámpara,
la gran manta blanca que cubría la mesa,
sus cuerpos.

Y aún escuchan los nombres que usaban
como señuelos deslizándose sobre la laguna:
¿Qué estás esperando?
Vuelve a casa, vuelve a casa, perdidos
en las aguas, azules y permanentes.

De: Descending Figure (1980)

EL TRIUNFO DE AQUILES

En la historia de Patroclo
nadie sobrevive, ni siquiera Aquiles
quien era casi un dios.
Patroclo se parecía a él: usaban
la misma armadura.

Siempre en estas amistades
uno sirve al otro, uno es menos que el otro:
la jerarquía
es siempre aparente, aunque las leyendas
no pueden ser confiables;
la fuente es quien sobrevive,
quien ha sido abandonado.

¿Qué importarían los barcos griegos en llamas
comparados con esta pérdida?

En su tienda, Aquiles
se lamentaba con todo su ser
y los dioses observaban

que era ya un hombre muerto, víctima
de la parte que más amaba,
una parte mortal.

De: The Triumph of Achilles (1985)

MÚSICA CELESTIAL

Tengo una amiga que aún cree en el cielo.
No es tonta, incluso con todo lo que sabe, literalmente habla con Dios.
Piensa que alguien escucha en el cielo.
En la tierra es inusualmente competente,
valiente también, dispuesta a enfrentar la adversidad.

Encontramos en el suelo una oruga en agonía: las hambrientas hormigas trepaban sobre ella.
Me conmueve siempre el desastre, siempre dispuesta a resistirme a la vitalidad,
aunque también con timidez, lista para cerrar los ojos;
mientras mi amiga podía esperar y dejar que los eventos pasaran
según la naturaleza. Para mi consuelo, ella intervino
quitando algunas hormigas encima del animal caído, y la puso
al lado del camino.

Mi amiga dice que yo cierro mis ojos a Dios, que solo eso explica
mi aversión a la realidad. Dice que soy como un niño que entierra su cabeza en la almohada
para no ver, el niño que se dice a sí mismo
que la luz produce tristeza.
Mi amiga es como la madre. Paciente, exhortando a
que me despierte adulto como ella, una persona osada.

En mis sueños, mi amiga me reprocha. Estamos yendo
por el mismo camino, aunque ahora es invierno;
me está diciendo que cuando uno ama al mundo escucha la música celestial:
mira arriba, dice. Cuando miro arriba, no hay nada.
Solo nubes, nieve, un blanco movimiento en los árboles
como novias saltando a gran altura.
Entonces temo por ella; la veo
atrapada en una red puesta intencionalmente sobre la tierra.

En la realidad, nos sentamos al lado del camino, viendo el sol caer;
de rato en rato un canto de pájaro atraviesa el silencio.
En este momento ambas tratamos de explicar el hecho de
que estamos en paz con la muerte y la soledad.

Mi amiga dibuja un círculo en la tierra; dentro, la oruga no se mueve.
Siempre está tratando de hacer algo definitivo, hermoso, una imagen
que exista separada de ella.
Nos quedamos muy calladas. Es muy tranquilo sentarse aquí, sin hablar, la composición
fija, el camino que se vuelve oscuro de repente, el aire
que se enfría, aquí y allá las rocas brillan y relumbran.
Esta es la quietud que ambas amamos.
El amor de la forma es el amor de los finales.

De: Ararat (1990)

EL IRIS SALVAJE

Al final de mi sufrimiento
había una puerta.

Escúchame bien: aquello que llamas muerte
recuerdo.

Sobre mí, ruidos, ramas de un pino moviéndose.
Luego nada. El débil sol
parpadeaba sobre la superficie seca.

Es terrible sobrevivir
como conciencia
enterrada en la oscura tierra.

Luego se acabó: aquello que temes, ser
un espíritu, incapaz de
hablar, terminar abruptamente, la rígida tierra
se inclina un poco. Y lo que pensé eran
aves lanzándose sobre los bajos arbustos.

Tú que no recuerdas
tu paso desde el otro mundo
podría decírtelo otra vez: lo que sea
que regrese del olvido vuelve
para encontrar una voz:

desde el centro de mi vida vino
una gran fuente, sombras de azul intenso
en celeste agua de mar.

VÍSPERAS

En tu prolongada ausencia me permitiste
el uso de la tierra, como quien anticipa
algún retorno de la inversión. Debo dar cuenta
del fracaso en mis deberes, especialmente
respecto a los sembríos de tomate.
Pienso que no se me debe alentar al cultivo
de tomates. Si lo haces, debes detener
las lluvias copiosas, las noches frías que ocurren
aquí con tanta frecuencia, mientras que otras regiones
tienen doce semanas de verano. Todo esto
te pertenece: yo por mi parte
planté las semillas, vi los primeros brotes
como alas quebrando la tierra, y mi corazón
quebrado por la plaga, por los puntos negros
multiplicándose veloces en las filas. Dudo
que tengas corazón, en nuestro entendimiento
del término. Tú quien no discriminas
entre los vivos y los muertos, que son, de hecho,
inmunes al augurio, podrías no saber
cuánto terror enfrentamos, la hoja manchada,
las hojas rojas del arce cayendo
incluso en agosto, en la temprana oscuridad: soy responsable
de estas vides.

De: The Wild Iris (1992)

UN MITO DE DEVOCIÓN

Cuando Hades decidió que amaba a esta muchacha
construyó para ella una réplica de la Tierra
toda igual, hasta la pradera,
pero con una cama agregada.

Todo era igual, incluyendo la luz del día,
porque sería duro para una jovencita
pasar rápidamente de la luz brillante a la densa oscuridad.

Gradualmente, pensó, introduciría la noche,
primero como sombras de las hojas agitadas.
Luego la luna, luego las estrellas. Luego no habría luna, ni estrellas.
Deja que Perséfone se acostumbre lentamente.
Al final, pensó, le parecerá cómodo.

Una réplica de la Tierra
excepto que aquí habría amor.
¿Acaso no todos quieren amor?

Esperó tantos años,
construyendo un mundo, observando
a Perséfone en la pradera.
Perséfone, la que huele, la que prueba.
Si tienes un gusto, pensó,
los tienes todos.

Acaso no todos quieren sentir en la noche
el cuerpo amado: compás, estrella polar,
para escuchar el quieto aliento que dice
Estoy vivo, que también significa
tú estás vivo porque me escuchas,
estás aquí conmigo Y cuando uno gira,
el otro vuelve.

Esto sentía el señor de las tinieblas,
mirando hacia el mundo que había
construido para Perséfone. Nunca se le ocurrió
que aquí no habría más olores,
no habría más comida.

¿Culpa? ¿Terror? ¿Miedo de amar?
Cosas que no podría suponer,
que ningún amante imagina.

Sueña, imagina cómo llamará a este lugar.
Primero piensa: El Nuevo Infierno. Luego: El Jardín.
Al final, decide llamarlo
La Infancia de Perséfone.

Una luz tenue se alza sobre el ras de la pradera,
detrás de la cama. La lleva en sus brazos.
Quiere decirle te amo, nada puede lastimarte

pero piensa
que es mentira, así que finalmente dice
estás muerta, nada puede lastimarte
lo cual le parece
un comienzo más promisorio, o verdadero.

De: Averno (2006)

UNA AVENTURA

1.
Se me ocurrió una noche mientras quedaba dormida,
que había terminado con esas aventuras amorosas
de las que fui largo tiempo esclava. ¿Acabada para el amor?
mi corazón murmuró, a lo que respondí que muchos densos descubrimientos
nos aguardaban, esperando, al mismo tiempo, que no se me pidiera
nombrarlos, porque no podría. Pero la convicción de que existían,
¿en realidad servía de algo?

2.
La siguiente noche trajo el mismo pensamiento,
esta vez vinculado a la poesía, y en las noches que siguieron
otras varias pasiones y sensaciones, de la misma forma,
se apartaron para siempre, y cada noche mi corazón
protestaba por su futuro, como cuando a un pequeño se le priva de su juguete favorito.
Pero estas despedidas, dije, son el curso de las cosas.
Y una vez más aludí al vasto territorio
que se abre ante nosotros con cada despedida. Y con esa frase me convertí
en un caballero glorioso que marcha hacia el crepúsculo, y mi corazón
se convirtió en el corcel sobre el cual cabalgaba.

3.
Yo estaba, como sabrás, ingresando al reino de la muerte,
aunque por qué este paisaje era tan convencional
no sabría decir. Aquí también los días eran muy largos
mientras los años cortos. El sol se hundía tras la distante montaña.
Las estrellas brillaban, la luna oscilaba. Pronto
los rostros del pasado aparecieron frente a mí:
mi madre y mi padre, mi pequeña hermana; ellos no habían, al parecer,
terminado lo que tenían que decir, aunque ahora
podía escucharlos porque mi corazón estaba tranquilo.

4.
En este punto alcancé el precipicio
aun no la senda, la vi descender hacia el otro lado;
aun habiéndose igualado al terreno, continuaba a esta altura,
tan lejos como el ojo puede ver, aunque gradualmente
la montaña que la sostenía se disolvió del todo
así que me encontré a mí misma cabalgando firmemente sobre el aire.
Por todas partes los muertos me alentaban, la alegría de encontrarlos
desaparecía por la labor de responderles.

5.
Así como todos fuimos de carne,
ahora éramos tiniebla.
Así como antes éramos objetos con sombra,
ahora éramos sustancia sin forma, químicos vaporizados.
Sho, sho, decía mi corazón,
o quizá no, no. Era difícil saber.

6.
Aquí acabó la visión. Estaba en mi cama, el sol de la mañana
se elevaba, el edredón de plumas
se apilaba sin criterio sobre la parte inferior de mi cuerpo.
Tú estuviste conmigo;
había una hendidura en la almohada de a lado.
Habremos escapado de la muerte,
o ¿sería esta la vista desde el precipicio?

EL PASADO

Pequeña luz en el cielo que aparece
repentinamente entre
dos ramas de pino, sus finas agujas

ahora grabadas sobre la superficie radiante
y sobre este
alto, alado cielo,

huele el aire. Es el olor del pino blanco,
más intenso cuando el viento sopla a través de él
y el sonido que hace, igualmente extraño,
como el sonido del viento en una película,

sombras moviéndose. Las cuerdas
haciendo el sonido que hacen. Lo que escuchas ahora
será el sonido del ruiseñor, Chordata,
el pájaro macho cortejando a la hembra.

Las cuerdas se balancean. La hamaca
oscila en el aire, atada
firmemente entre dos árboles de pino.

Huele el aire. Es el olor del pino blanco.

Es la voz de mi madre la que escuchas
o es solo el sonido que hacen los árboles
cuando el aire pasa entre ellos

porque ¿qué sonido haría
al pasar entre la nada?

De: Faithful and Virtuous Night (2014)

Miluska Benavides (Lima, 1986). Narradora y traductora. Ha publicado la traducción de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud (Biblioteca Abraham Valdelomar, 2012), el estudio Naturaleza de la prosa de José María Eguren (Academia Peruana de la Lengua, 2017) y el libro de cuentos La caza espiritual (Celacanto, 2015). Es doctora en literatura latinoamericana por la Universidad de Colorado Boulder y docente de la carrera de Traducción e Interpretación Profesional de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

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Editoriales, Lucerna No. 7

Editorial de Lucerna N° 7

Portada de revista Lucerna No. 7

Asistimos en la actualidad a una banalización cada vez mayor de la lectura y la escritura. Como poco es lo que podemos esperar de quienes se benefician de ella, deberían ser los propios escritores y artistas los llamados a impedirla, pero vemos que muchas veces son los primeros en alentarla. Es el caso de los escritores que, habiendo claudicado de su labor crítica y creadora, pretenden hacer pasar como compromiso intelectual su tendencia natural al exhibicionismo, el cual ponen de manifiesto en su infantil ansiedad por comentar las minucias del día con el fin de mendigar las migajas de la atención pública, con lo cual no hacen otra cosa que desnudar su ausencia de toda interioridad, profundidad analítica y discernimiento acerca de lo que es verdaderamente importante. Lo que terminan escribiendo, en consecuencia, está lejos de alcanzar algún logro artístico o contribución intelectual y se queda en el terreno de la más impúdica opinología.

En Lucerna no pretendemos ofrecer una fórmula de lo que debe ser o no la escritura. Pero sí sostenemos la convicción de que esta debe ser afrontada con la máxima seriedad posible y con una consagración vital que excluye toda vanidad, oportunismo o lobbismo literario. Necesitamos escritores y artistas que trabajen para el engrandecimiento de su arte y no pretendan erigirse por encima de él; autores como los que T. S. Eliot propone al final de la siguiente cita: “El artista de segunda categoría, naturalmente, no se puede permitir la entrega a ninguna causa común; pues su tarea principal consiste en la afirmación de las diferencias insignificantes que los distinguen: solamente el hombre que tiene tanto que dar que puede olvidarse de sí en su trabajo, puede permitirse colaborar, permutar, contribuir.” Este “olvidarse de sí en su trabajo” al que se refiere Eliot es, por supuesto, lo contrario del exhibicionismo que reclama la banalización de la escritura, pues impide que se comercie con la figura del escritor por encima de su obra, gracias a lo cual esta pasa a ser lo único importante.

Esta banalización de la escritura es, desde luego, una de las consecuencias de la mercantilización de la literatura, que ha invadido todo los aspectos de la producción literaria, hasta el que se suponía que era el último refugio del arte, el taller del escritor, que ha reemplazado sus principios estéticos por consideraciones pecuniarias. Por ello es que guiados bajo este convencimiento y aplicándolo al campo que nos compete, podemos afirmar que una revista literaria podrá ser buena, regular o mala, pero nunca una franquicia o una idea de negocios. No al menos si pretende hablar, con todas las limitaciones que puedan existir, desde algún lugar, desde una experiencia única e irrepetible que no puede ser exportada ni trasplantada a otras latitudes. No al menos si en su concepción pretende responder a un proyecto estético o literario. Una revista como un todo debe aspirar, ya sea que lo logre o no, a ser una obra de arte, aun si cada una de sus partes, consideradas individualmente, tal vez no lo sea. Esto es lo que pretendemos con Lucerna y lo que el lector juzgará si hemos conseguido o no.

En este séptimo número continuamos la colección Los alimentos terrestres, dedicada a clásicos de la literatura universal, e iniciada en nuestra quinta edición con la publicación de El caballero avaro de Pushkin. En esta ocasión, conmemorando los cincuenta años de la muerte de T. S. Eliot, publicamos La tierra agostada y otros poemas en traducción de Ricardo Silva-Santisteban, que incluye no solo su versión de The Waste Land, sino una amplia antología que comprende diversos periodos de su producción poética. En las próximas entregas de Lucerna esperamos continuar compartiendo con nuestros lectores muchos más de estos alimentos.

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Lucerna No. 7, Reseñas

Reseña de Para ahorcar pájaros con tu cabello de Alejandro Mautino (Lucerna No. 7)

Para ahorcar pájaros con tu cabello de Alejandro Mautino

PARA AHORCAR PÁJAROS CON TU CABELLO
Autor: Alejandro Mautino Guillén
Editorial: Killa
Páginas: 55
Año: 2015

Por: Jim Anchante Arias

Para ahorcar pájaros con tu cabello es el tercer poemario de Alejandro Mautino Guillén. A nivel de su estructura externa, lo primero que se aprecia es una recia simetría: la agrupación de siete poemas en cada una de sus tres partes. En total,  21 poemas cuyos títulos van desde “Pájaro 1” hasta “Pájaro 21”. Pero no es lo único: cada parte representa una etapa del día: “Los pájaros del alba”, “Los pájaros del mediodía” y “Los pájaros de la noche”. Organización no gratuita en lo absoluto,  como apunta atinadamente Camilo Fernández en el prólogo. La lectura de los poemas se desenvuelve como un recorrido temporal, pero no de una temporalidad lineal, sino cíclica o mítica, como nos sugiere el locutor del “Pájaro 10” cuando nos dice: “oigo morir  a todos los hombres / por ese tres tan mortal / de repente / la serpiente se muerde la cola / ipso facto” (p. 29). Tres tan mortal. La muerte como oposición a la vida, pero a la vez como complemento de un viaje circular o cíclico, como el vuelo de las aves. Porque no olvidemos que el símbolo-base del poemario es el ave, como pájaro sagrado de o para el amor.

Pues debemos señalar que, ante todo, el presente es un libro de amor. Experiencia gozosa del amor, representada a través de imágenes alucinantes, surrealizantes, que nos recuerdan la sensorialidad y versatilidad nerudiana, así como la sobrecogedora imaginería alexandriana. Pues, como evoca el autor de La destrucción o el amor, el sentimiento esencial del universo establece una comunión no necesariamente calma, sino las más de las veces cargada de violencia: la misma acción de “ahorcamiento” en el título connota una acción belicosa pero a la vez profunda: sobre los restos inertes brota vida, una nueva vida lista para amar: “Porque debajo del sol todos somos solo sombras / alimentando a las horas y a los gusanos más tarde”. Y en el mismo poema: “Porque el amor invoca a todos los muertos / y los conduce a otro infierno memorable” (p. 15). La fiesta memorable del amor es la fusión de Eros y Tánatos. Por eso “desollo a las fieras de la noche que me hablan de ti” (p. 45).

La solemnidad, sin embargo, da paso en ciertos momentos al humor coloquial y al prosaísmo. Por eso, “tú y yo por eso somos en el aire uno solo / chanchos como caballos montados en el charco del amor / cogoteándonos los cuerpos” (p. 44). Hay, así, una visión ecuménica que traspasa las acciones de los pájaros y de las voces que alimentan el poema. Y esos pájaros son víctimas y a la vez victimarios, enemigos y aliados. Esa aparente contradicción explica el amor, como nos recuerda el famoso soneto quevediano. Por eso, en “Pájaro seis” se llega a la desfachatez de enseñarnos cómo serle infiel a una mujer con ella misma. Desfachatez que mantiene vivo el vuelo diurno (o nocturno, son lo mismo) del amor.

Mautino no inventa nada. Pero sí continúa, con peculiar sensibilidad e imaginería, una tradición amatoria cuya llama se apaga y se enciende, casi infinitamente. Como el paso de los días.

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Artículos, Lucerna No. 7

El París de González Prada, la estatua de Diderot y la figura del escritor de combate (Lucerna No. 7)

[Extracto del artículo «El París de González Prada, la estatua de Diderot y la figura del escritor de combate», publicado en Lucerna No. 7 (Junio 2015)]

Por: Julio Isla Jiménez

Para todo intelectual hispanoamericano de fines del siglo XIX, el viaje a Europa, y sobre todo, a la que era por entonces su capital cultural, París, significaba un rito iniciático y una inmersión en la modernidad viviente. Como hombre de su tiempo, Manuel González Prada (1844-1918) no podía dejar de emprender este peregrinaje a la meca cultural de su época. Pero este viaje adquiere para él características peculiares, pues a diferencia de otros intelectuales hispanoamericanos cuyo espíritu cosmopolita despierta recién al contacto con el viejo continente, la estancia europea de González Prada (1891-1898) encuentra a un pensador ya maduro ideológicamente, de quien su esposa francesa diría que en París conocería “los centros de estudio donde había vivido mentalmente” y un “ambiente de civilización” al que “pertenecía espiritualmente”.

No hay que creer, sin embargo, que su estadía en tierras galas no dejó ninguna huella en el espíritu del autor de Pájinas libres. Su visión de la realidad y la cultura francesas no será de ingenuo deslumbramiento, sino que estará impregnada del mismo espíritu crítico con que ya juzgaba con severidad la realidad peruana. Las diversas observaciones y experiencias que hará en suelo europeo, aunque, ciertamente, no cambiarán lo esencial de su pensamiento, serán, no obstante, como intentaremos demostrar, decisivas para afianzar sus convicciones acerca de cuáles son los deberes de un escritor en la sociedad. A través de semblanzas y contrastes con otros hombres de letras de su época, González Prada va delineando la figura del escritor radical e implacable que encarnará a su retorno al Perú: un polemista que no tiene miramientos en escarnecer con acritud los males de la sociedad peruana.

Una visión crítica de la Francia de finales del siglo XIX
Son cinco los años que el matrimonio González Prada permanece en París (1891-1895), antes de continuar viaje hacia otras ciudades del sur de Francia y partir hacia España. La visión que el poeta peruano se forma de la capital francesa se debate entre la admiración de sus portentos y la reserva crítica, y será continuamente contrastada con la Francia y el París imaginarios que se había forjado gracias a las lecturas que hizo en Lima de los grandes escritores y pensadores franceses. Aunque en su formación literaria confluyen tradiciones como la alemana, inglesa, italiana y española, la francesa ocupa un lugar preeminente, tanto en su formación como poeta como en su desarrollo como pensador. Es difícil pensar en otro escritor de su época que conociera tan profundamente la literatura francesa antigua y moderna. González Prada fue un gran admirador no solo de los poetas románticos y parnasianos, sino también de los grandes pensadores franceses de su tiempo, pero, sobre todo, de ilustrados y enciclopedistas como Voltaire, Diderot y d’Alambert. El pensamiento ilustrado ejercerá una influencia decisiva en su ideario político y filosófico y será determinante en la visión crítica que se formará de la Francia de finales del siglo XIX, y en el modelo de escritor que encarnará a su retorno al Perú.

[…]

[Las notas a pie de página han sido omitidas para facilitar la lectura en línea]

 

Julio Isla Jiménez (Lima, 1980). Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha colaborado en el Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica, publicado en España, y elaborado estudios introductorios de Manfredo de Lord Byron y Antonio y Cleopatra de William Shakespeare. Ha editado y prologado el libro Más allá de los cielos. Antología poética y teatral del poeta peruano Carlos Germán Amézaga. Ha publicado la pieza teatral El sueño de Noé (2015).

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Lucerna No. 7

Texto desconocido de Vicente Huidobro en Lucerna No. 7

Texto desconocido de Vicente Huidobro en Lucerna No. 7

Texto desconocido de Vicente Huidobro en Lucerna No. 7

La séptima edición de Lucerna trae como rescate literario la publicación facsimilar de «Alegoría de Atahualpa», texto desconocido del poeta chileno Vicente Huidobro, que no se encuentra en ninguna de las recopilaciones ni bibliografías dedicadas a su obra. El hallazgo del texto, realizado por Ricardo Silva-Santisteban, se publica con una presentación del poeta y académico chileno Pedro Lastra y cuenta con la autorización de la Fundación Vicente Huidobro de Chile.

Extracto del texto de presentación.

Alegoría de Atahualpa: un texto desconocido de Vicente Huidobro

Por: Pedro Lastra

Las páginas tituladas “Alegoría de Atahualpa” de Vicente Huidobro no han sido incluidas en las Obras completas, no aparecen mencionadas en sus bibliografías ni tampoco en el libro que reúne los “textos inéditos y dispersos” recopilados por José Alberto de la Fuente en 1993. Se trata, pues, según estas evidencias, de una pieza huidobriana poco o nada conocida, lo que confiere un particular interés de rescate documental a su reproducción en nuestra revista.

[…]

Ricardo Silva-Santisteban encontró este poema alegórico en un número especial de la revista chilena, dedicado en enero de 1935 a la celebración del IV Centenario de la Fundación de Lima. Esto explica tal vez el desconocimiento de estas páginas, porque se puede conjeturar que esa edición de Zig-Zag tuvo una escasa o menor circulación en el país y fue destinada principalmente a los lectores peruanos.

[…]

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Los alimentos terrestres, Lucerna No. 7

La tierra agostada y otros poemas de Thomas Stearns Eliot

La tierra agostada y otros poemas de Thomas Stearns Eliot

La tierra agostada y otros poemas de Thomas Stearns Eliot

Conmemorando los cincuenta años de la muerte de Thomas Stearns Eliot, publicamos como separata del séptimo número de revista Lucerna La tierra agostada y otros poemas , con traducción y presentación de Ricardo Silva-Santisteban. Esta segunda entrega de la colección Los alimentos terrestres, que iniciamos en nuestro quinto número con El caballero avaro de Alexandr Pushkin, se trata de una antología poética que no solo incluye The Waste Land en su integridad o poemas famosos como «La canción de amor de J. Alfred Prufrock» o «La figlia che piange», sino también poemas de juventud, madurez y algunos fragmentos de importancia como Sweeny agonista, los cuales nos permiten hacernos de un amplio panorama de la obra de uno de los poetas capitales de la modernidad poética.

La tierra agostada y otros poemas de T. S. Eliot

La tierra agostada y otros poemas de T. S. Eliot

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Lucerna No. 7, Sumarios

Sumario de Lucerna N°7 (Junio 2015)

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El séptimo número de Lucerna trae como especial la publicación facsimilar de Alegoría de Atahualpa, un texto desconocido del poeta chileno Vicente Huidobro, que no figura en ninguna recopilación de sus obras completas ni en las bibliografías dedicadas a su vasta obra. Este rescate literario viene precedido de una presentación del poeta y académico chileno Pedro Lastra.

En la sección de crítica, se publican artículos sobre Manuel González Prada, el poeta Alejandro Romualdo, un estudio sobre tres naufragios en la literatura colonial, el novelista mexicano Juan Pablo Villalobos y el novelista norteamericano Henry Miller. En la sección de traducción literaria, versiones poéticas de poemas de Louise Glück, William Carlos Williams, Frank O’Hara y un cuento de O. Henry. En creación literaria, poemas de autores diversos y una pieza teatral. Finalmente, reseñas de libros publicados recientemente.

Acompaña a esta edición de Lucerna, La tierra agostada y otros poemas de T. S. Eliot, segunda entrega de la colección Los alimentos terrestres, en traducción de Ricardo Silva-Santisteban. Se trata de una amplia antología que incluye no solo su versión de The Waste Land, sino poemas de diversas etapas de la obra del gran poeta inglés. Este libro-separata se entrega gratuitamente con el séptimo número de Lucerna.

El séptimo número de revista Lucerna ya se encuentra a la venta en las principales librerías de Lima y está disponible para envíos dentro de Lima y a nivel nacional a través de Serpost. En la siguiente imagen se puede apreciar con más detalle los contenidos de esta edición.

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