Lucerna N° 12, Reseñas

Reseña de Ensayos y poesías de Manuel González Prada

Ensayos y poesías
Manuel González Prada
(Edición de Isabelle Tauzin-Castellanos)
Ediciones Cátedra
Año: 2019
Páginas: 563

Por: Julio Isla Jiménez

En 1908, en una velada de homenaje a González Prada (1844-1918) por la publicación de Horas de lucha, Glicerio Tassara, editor del folleto que reunió los discursos leídos aquella noche, comentó: «se [ha] hecho profundo silencio alrededor de este hermoso libro de propaganda y ataque, que condena y suscita. Pero ese mismo silencio es la mejor corroboración de las acusaciones de Prada; es la aprobación tácita que los cobardes y delincuentes acuerdan a su libro». ¿No podría decirse otro tanto del manto de silencio que, desde los sectores oficiales, parece haberse tendido sobre la obra y figura del autor de Pájinas libres en el año del centenario de su muerte? Y es que ¿con qué otra cosa que el silencio podría el poder intentar responder a aquel que fue su más tenaz acusador? Un silencio que, afortunadamente, no fue total, pues no faltaron homenajes, exposiciones y publicaciones que recordaron la vigencia de su obra.

Una de las publicaciones que vino a compensar este silencio, se dio un año después del centenario de su muerte, este 2019. Se trata de Ensayos y poesías, una amplia antología de su obra en prosa y verso, editada por la peruanista francesa Isabelle Tauzin-Castellanos, y publicada en la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra. Antes de ponderar las virtudes de esta edición, es necesario hacer un breve recuento de las ediciones de sus obras publicadas fuera del Perú. Esta historia editorial empieza precisamente en el extranjero, con la publicación de Pájinas libres (1894) en París. De hecho, casi la totalidad de su obra inédita, en verso y prosa, se publicó de manera póstuma fuera del país, ya sea en Chile, Argentina, México o, nuevamente, en Francia. En el caso de España, a diferencia de otros países que se mostraron más receptivos con sus escritos, son contadas las ediciones de sus obras. De los ensayos, la segunda edición de Pájinas libres se publicó en Madrid, en 1915, la segunda de Anarquía en Barcelona, en 1938; de la poesía, una edición de Baladas peruanas se publicó en Sevilla, en 2009. España parece haber sido un destino esquivo a la recepción de sus obras, algo que podría deberse a su enérgico –y en ocasiones virulento– llamado a liberar la literatura peruana de toda influencia española. Sea como fuere, esta nueva edición, en uno de los sellos españoles de mayor alcance y prestigio en el mundo de habla hispana, viene a llenar este vacío editorial.

La edición de Isabelle Tauzin, una de las más renombradas estudiosas de González Prada, a quien debemos algunas ediciones de sus obras como Textos inéditos (2001), Baladas (2004) y Ensayos (1885-1916) (2009), se caracteriza por su gran rigor filológico. La sección de ensayos empieza con «Grau» que, además de ser uno de los más notables de la historia de la literatura peruana, marca el inicio de la vida pública de Prada, y concluye con el artículo «La Anarquía» de 1916. Para la fijación de los textos de los ensayos de Pájinas libres, toma en cuenta las numerosas correcciones, supresiones, añadidos y apostillas que el propio González Prada, insatisfecho con la primera edición francesa, realizó de forma manuscrita en un ejemplar de esta y que fueron incorporadas por Luis Alberto Sánchez en su edición de 1946. Esto se puede apreciar con más nitidez en «Notas acerca del idioma», en cuyas notas a pie de página la editora da cuenta de las anotaciones marginales, apostillas y supresiones manuscritas realizadas por el autor. Para ilustrar lo intensa que fue la refundición de este texto, se incluye la reproducción facsimilar de una de sus páginas, llena de tachaduras. Similar acercamiento se da en los demás libros de ensayos.
En cuanto a la poesía, la obra poética mejor representada en esta selección son las Baladas peruanas con 17 de ellas, sin contar las 6 de tema diverso. Un acierto, pues para muchos estudiosos de la poesía de González Prada, entre ellos Américo Ferrari, las baladas constituyen la parcela de su obra poética que mejor ha resistido el paso del tiempo. El establecimiento de los textos poéticos no cede en rigor al de los ensayísticos. Para fijar, por ejemplo, el de las cuatro letrillas seleccionadas, la editora ha cotejado la primera edición publicada por Sánchez en 1975 con los cuadernos manuscritos de MGP en la Biblioteca Nacional, presentando algunas variantes realizadas a lápiz por Prada.

Además del rigor filológico, otras virtudes de esta edición son su minucioso prólogo, bibliografía selecta y, algo que caracteriza a las ediciones de Cátedra, una nutrida provisión de notas a pie de página, 530, que gracias a su pertinencia no sobrecargan el texto y, por el contrario, ofrecen al lector un caudal de información acerca de libros, autores y personajes que el paso del tiempo puede haber convertido en lejanos o extraños para un lector contemporáneo. En suma, con la inclusión de González Prada en la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra, no solo se compensa el relativo silencio con que se acogió el centenario de su muerte, sino que se hace justicia a uno de los autores que inició la modernidad en las letras peruanas, precisamente en el país que durante tanto tiempo le fue editorialmente esquivo, con una edición ejemplar a la altura de su obra. Aunque Prada se hubiera sentido muy a gusto con el silencio oficial, sus lectores y admiradores no podemos dejar de celebrar una edición como esta.

 

Julio Isla Jiménez (Lima, 1980). Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha colaborado en el Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica, publicado en España, y elaborado estudios introductorios de Manfredo de Lord Byron y Antonio y Cleopatra de William Shakespeare. Ha publicado la pieza teatral El sueño de Noé (2015). Dirige el sello Alastor Editores.

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Artículos, Lucerna N° 11

Westphalen como «autor» de Las Moradas: unidad y pluralidad de una revista (Lucerna N° 11)

[Extracto del artículo «Westphalen como «autor» de Las Moradas: unidad y pluralidad de una revista» (Lucerna N° 11) (Noviembre 2018)]

Por: Julio Isla Jiménez

Cuando una revista mantiene un interés tan vivo más de medio siglo después de su publicación, no solo es válido sino también necesario indagar por las razones de su vigencia. Es el caso de Las Moradas. Revista de las Artes y las Letras, que Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001) dirigió entre 1947 y 1949, cuya creciente estima parece desafiar el habitual destino de las publicaciones periódicas, cuyo carácter coyuntural parece condenarlas al olvido. Si estamos de acuerdo en que los objetos estéticos son los que mejor superan la prueba del tiempo, es válido preguntarse si en la concepción y elaboración de Las Moradas confluyeron algunos factores que la dotaron de un determinado estatuto artístico que nos permite hablar de ella como de una obra de arte en la misma medida en que lo hacemos, por ejemplo, de un poema o una novela.

Sin embargo, apenas empezamos a hacernos estas preguntas tropezamos con algunos obstáculos que parecen infranqueables. El primero de ellos es el hecho insoslayable de que una revista es, por definición, una empresa colectiva a la que es difícil atribuirle una autoría individual. Una revista, por otro lado, está compuesta de un conjunto de textos autónomos de la más diversa índole que no necesariamente guardan unidad entre sí, mientras que una obra artística o literaria, por más heterogéneas que sean sus partes, constituye una unidad autónoma e indivisible. Para salvar estas dificultades y contradicciones es necesario analizar si en la concepción y elaboración de una revista se afrontan los mismos problemas y antinomias que concurren en todo proceso creativo individual y si, por ello, es posible hablar de ella como de una obra de arte.

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Julio Isla Jiménez (Lima, 1980). Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha colaborado en el Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica, publicado en España, y elaborado estudios introductorios de Manfredo de Lord Byron y Antonio y Cleopatra de William Shakespeare. Ha publicado la pieza teatral El sueño de Noé (2015). Dirige el sello Alastor Editores.

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Artículos, Lucerna No. 7

El París de González Prada, la estatua de Diderot y la figura del escritor de combate (Lucerna No. 7)

[Extracto del artículo «El París de González Prada, la estatua de Diderot y la figura del escritor de combate», publicado en Lucerna No. 7 (Junio 2015)]

Por: Julio Isla Jiménez

Para todo intelectual hispanoamericano de fines del siglo XIX, el viaje a Europa, y sobre todo, a la que era por entonces su capital cultural, París, significaba un rito iniciático y una inmersión en la modernidad viviente. Como hombre de su tiempo, Manuel González Prada (1844-1918) no podía dejar de emprender este peregrinaje a la meca cultural de su época. Pero este viaje adquiere para él características peculiares, pues a diferencia de otros intelectuales hispanoamericanos cuyo espíritu cosmopolita despierta recién al contacto con el viejo continente, la estancia europea de González Prada (1891-1898) encuentra a un pensador ya maduro ideológicamente, de quien su esposa francesa diría que en París conocería “los centros de estudio donde había vivido mentalmente” y un “ambiente de civilización” al que “pertenecía espiritualmente”.

No hay que creer, sin embargo, que su estadía en tierras galas no dejó ninguna huella en el espíritu del autor de Pájinas libres. Su visión de la realidad y la cultura francesas no será de ingenuo deslumbramiento, sino que estará impregnada del mismo espíritu crítico con que ya juzgaba con severidad la realidad peruana. Las diversas observaciones y experiencias que hará en suelo europeo, aunque, ciertamente, no cambiarán lo esencial de su pensamiento, serán, no obstante, como intentaremos demostrar, decisivas para afianzar sus convicciones acerca de cuáles son los deberes de un escritor en la sociedad. A través de semblanzas y contrastes con otros hombres de letras de su época, González Prada va delineando la figura del escritor radical e implacable que encarnará a su retorno al Perú: un polemista que no tiene miramientos en escarnecer con acritud los males de la sociedad peruana.

Una visión crítica de la Francia de finales del siglo XIX
Son cinco los años que el matrimonio González Prada permanece en París (1891-1895), antes de continuar viaje hacia otras ciudades del sur de Francia y partir hacia España. La visión que el poeta peruano se forma de la capital francesa se debate entre la admiración de sus portentos y la reserva crítica, y será continuamente contrastada con la Francia y el París imaginarios que se había forjado gracias a las lecturas que hizo en Lima de los grandes escritores y pensadores franceses. Aunque en su formación literaria confluyen tradiciones como la alemana, inglesa, italiana y española, la francesa ocupa un lugar preeminente, tanto en su formación como poeta como en su desarrollo como pensador. Es difícil pensar en otro escritor de su época que conociera tan profundamente la literatura francesa antigua y moderna. González Prada fue un gran admirador no solo de los poetas románticos y parnasianos, sino también de los grandes pensadores franceses de su tiempo, pero, sobre todo, de ilustrados y enciclopedistas como Voltaire, Diderot y d’Alambert. El pensamiento ilustrado ejercerá una influencia decisiva en su ideario político y filosófico y será determinante en la visión crítica que se formará de la Francia de finales del siglo XIX, y en el modelo de escritor que encarnará a su retorno al Perú.

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[Las notas a pie de página han sido omitidas para facilitar la lectura en línea]

 

Julio Isla Jiménez (Lima, 1980). Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha colaborado en el Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica, publicado en España, y elaborado estudios introductorios de Manfredo de Lord Byron y Antonio y Cleopatra de William Shakespeare. Ha editado y prologado el libro Más allá de los cielos. Antología poética y teatral del poeta peruano Carlos Germán Amézaga. Ha publicado la pieza teatral El sueño de Noé (2015).

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Artículos, Lucerna No. 1

El ulises salmón de los regresos: escepticismo y nihilismo en Muerte sin fin de José Gorostiza (Lucerna No. 1)

José Gorostiza

[Extracto del artículo «El ulises salmón de los regresos: escepticismo y nihilismo en Muerte sin fin de José Gorostiza» publicado en Lucerna No. 1 (Agosto 2012)

Por: Julio Isla Jiménez

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Escepticismo, nihilismo y más allá
Acaba, pues, de consumarse la caída, la destrucción del ser, la muerte de dios. El «ulises salmón de los regresos» ha desandado «su camino hacia las algas» (IX, 100-102)… ¿se trata, pues, del final del camino? Para algunos comentaristas tal vez sí. Para Octavio Barreda, por ejemplo, el final de una aventura espiritual como la de Gorostiza «necesariamente tenía que caer en un escepticismo, en un desaliento moral tan intenso que casi está a punto de traspasar los lindes de “azúcar y coral” de la filosofía cínica». Veremos si es así.

De un modo similar a la famosa «muerte de Dios» nietzscheana, la caída del Espíritu de Dios que tiene lugar al final de Muerte sin fin, representa el derrumbe del sistema de creencias y valores que se había erigido sobre él, y que eran fundamento y justificación de la existencia humana. Esta caída es el origen de la corriente de pensamiento conocida como nihilismo. A grandes rasgos, el nihilismo puede concebirse como la: «expresión de un malestar de nuestra cultura, que se superpone, en el plano histórico-social, a los procesos de secularización y racionalización, y, con ello, de desencanto y fragmentación de nuestra imagen del mundo, y que ha provocado en el plano filosófico, en lo que respecta a las visiones del mundo y los valores últimos, la corrosión de las creencias y la difusión del relativismo y el escepticismo». (Franco Volpi. El nihilismo. Madrid: Siruela, 2007, p. 187.)

Ahora bien, mientras que al escepticismo le habíamos concedido un «valor social terapéutico», por cuanto dotaba de la necesaria incredulidad para cimentar mejor los móviles de nuestras acciones, el nihilismo socava los fundamentos mismos de la existencia y no ofrece una salida para la omnipresencia de la nada. Una consecuente aceptación del nihilismo parece conducir a un intento de fundar nuevos valores para reemplazar aquellos cuya legitimidad se ha perdido. Otra vía, por la cual opta Muerte sin fin, es la de iniciar el retorno de la forma al vacío, del ser a la nada, del lenguaje al silencio, pero no en vano, sino para iniciar un nuevo ciclo, un nuevo recorrido desde las formas elementales hasta las más complejas, para morir nuevamente, sin fin. Pero para ello es absolutamente necesario haber tocado fondo, haber experimentado la más oscura desolación, el abismo de la nada.

Por ello, Muerte sin fin, aunque parece haber desembocado en el nihilismo, no se se detiene en él, no es su última parada. Hay algo más allá del nihilismo: «Pero en Nietzsche, como lo recuerda Heidegger y lo creemos en Gorostiza, la devaluación de los valores supremos y la conciencia de esa imposibilidad de realización no significa notoriamente la ruina. El no frente a los valores anteriores, la conciencia de los “tiempos de penuria” y la ausencia de dioses, de Dios, presupone un sí a una nueva posición de valores, a una nueva presencia. El pesimismo es solo un momento que tiene que ser superado». (Humberto Martínez. «Hacia lo no dicho en Gorostiza», en José Gorostiza. Poesía y Poética., Op. Cit., p. 258.) Pero antes de poder superar escepticismo, nihilismo y pesimismo, es necesario haber hecho el descenso hacia la nada, haber experimentado en carne viva esta «muerte sin fin», este sueño cruel que «ay, punza, roe, quema, sangra, duele» (VIII, 56). Como señala Humberto Martínez: «El desamparo y el escepticismo deben tocar fondo, en un mundo que es, ahora, lo sin fondo, lo destruido de fundamento. Para escapar de él hay que iniciar la marcha que baja hasta el fondo. El fondo de la noche del mundo es el único en donde se puede preparar la nueva estancia, la morada para que Dios se dé a la mirada de los hombres. La morada, la habitación, lo será también del hombre: es ese espacio vital que reúne en sí mismo aquello que estaba disperso dándole un sitio, un lugar, construyendo un espacio. El tocar fondo prepara el camino del ascenso. La conciencia de la máxima ausencia prepara el terreno a la Presencia. La época ateísta, diría Heidegger, está más cerca de la experiencia de Dios que la teísta de la metafísica o de la religión instituida».

Como ha podido verse, el implacable rigor escéptico de Muerte sin fin no concede por sí mismo una salida, una posibilidad de redención, una esperanza. Pero, aunque parezca contradictorio, precisamente en esa honestidad, en esa valentía para señalarnos que no hay escapatoria al poder destructor de la nada, es que encontramos la dignidad para enfrentarla, pues, como dijo Walter Benjamin, ante el advenimiento de la barbarie fascista: «Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza».

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Artículos, Lucerna No. 3

La Octava Sinfonía: el credo artístico y humano de Gustav Mahler (Lucerna N°3)

[Extracto del artículo «La Octava Sinfonía: el credo artístico y humano de Gustav Mahler» publicado en Lucerna No. 3 (Julio 2013)]

Por: Julio Isla Jiménez

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El credo humano de Mahler

La Octava sinfonía no es una obra en la cual se perciba una añoranza del pasado o se proclame una vuelta a la rica tradición musical europea, de la que Mahler se siente, por lo demás, heredero y continuador. Después de las innovaciones de las sinfonías precedentes, Mahler sabe que no hay camino de retorno. Antes bien la Octava, con su peculiar estructura y estilo, y su abstracta universalidad, es una obra plenamente inscrita en el espíritu de su época. Ve la luz a inicios de un siglo que, como todo cambio de centuria, junto a los deseos de renovación de los valores estéticos y morales, alberga toda clase de dudas acerca del destino del hombre, que ve que sus logros y esfuerzos en los campos de las artes y las ciencias no consiguen despejar las interrogantes acerca de su porvenir. No es casualidad que la Octava aparezca en este clima de angustia y desesperanza. Como recuerda La Grange: «Es precisamente esta incertidumbre, este malestar, lo que provoca la poderosa afirmación de la Octava. Es más que probable que el escepticismo de su época, la ‘debilidad de nuestros cuerpos’ (‘Infirma nostri corporis’), fueran los que movieron a Mahler a proclamar su confianza en la naturaleza eterna del espíritu humano y a renunciar a la visión trágica que tantas veces había encarnado».

Pero esta «poderosa afirmación» del espíritu del hombre, no entraña una conformista aceptación de las debilidades humanas ni una mera glorificación de las potencias sobrehumanas que constriñen o hacen posible nuestras acciones. Hay ciertamente en la Octava, la expresión de la fe religiosa concreta del artista, pero como en otras obras de Mahler, esta fe no es ciega ni dogmática, sino expresión de un ardiente anhelo, plenamente consciente del dolor y las miserias terrenales. En Mahler ya no hay la robusta e inconmovible fe de Bruckner, sino una más humana y contradictoria, pero no por ello menos auténtica y apasionada. El compositor es dolorosamente consciente de la debilidad de las fuerzas humanas, pero a pesar de todo, en esta sinfonía no deja de expresar su fe, no en los poderes celestes, sino en la humanidad sufriente y en su capacidad para elevarse a lo más alto. Esta aspiración humana hacia la vida eterna ya había sido plasmada por las grandes obras sacras del pasado, como la Misa en Si menor de Bach, la Missa Solemnis de Beethoven o la Grande messe des morts de Berlioz, entre otras. Mahler, con presupuestos ideológicos y filosóficos diferentes, necesita expresar este mismo anhelo pero con un lenguaje artístico y una espiritualidad acordes a su época.

Esta espiritualidad, como ya se dijo, tiene una base humanista y está marcada por el que, según La Grange, es una de las bases del credo artístico y humano de Mahler, el rechazo del materialismo y el racionalismo de su época; la Octava sería, de acuerdo con él, una confirmación de esta creencia. Contra tales tendencias del pensamiento, que para él despojan a la vida de su misterio y belleza, en la Octava Mahler defiende el aspecto espiritual y trascendente de la existencia, que la cree encaminada hacia un destino más alto. Es por ello que su espiritualidad, antes que puramente religiosa, es profundamente humana: «El movimiento ‘Veni Creator’ no tiene nada de oración. Es desde el principio una triunfal proclamación. Con su inconmovible confianza en la naturaleza eterna del espíritu humano, Mahler se dirige al inmaterial e intangible ‘Creator Spiritus’ que inspira y motiva la búsqueda humana»

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Julio Isla Jiménez (Lima, 1980). Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha colaborado en el Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica, publicado en España, y elaborado estudios introductorios de Manfredo de Lord Byron y Antonio y Cleopatra de William Shakespeare. Ha editado y prologado el libro Más allá de los cielos. Antología poética y teatral del poeta peruano Carlos Germán Amézaga. Ha publicado la pieza teatral El sueño de Noé (2015).

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