Editoriales, Lucerna N° 11

Editorial de Lucerna N° 11

Hablar de poesía joven –para no hablar de escritura joven en general– puede sonar tautológico a quien no ha olvidado que la poesía siempre es o debería ser, en cualquier época, aquello que nunca envejece y cuya perpetua juventud le permite avanzar a zancadas entre las cumbres de las generaciones. La poesía, si pretende mantener tal nombre, no puede ser otra cosa que joven, ajena a la cronología e inmune a los vaivenes de la sensibilidad. ¿Qué mayor prueba de la juventud de un poema que su capacidad para seguir hablando, sin agotar su mensaje, a varias generaciones de lectores en diversas lenguas y distintos lugares? No pretendemos conocer todos los secretos procedimientos por los que un poema adquiere dicha capacidad. Es posible que los que en algún momento fueron útiles, más adelante ya no lo sean. Pero podemos aventurar una de las cualidades que, a nuestro modo de ver, ayudan a que un texto poético mantenga cierta juvenil vitalidad a pesar del paso del tiempo, y esta es su «ilegibilidad» u «opacidad», inevitables cuando se trata de dar cuenta de realidades verbales, sensoriales o espirituales cada vez más complejas e inaprensibles. Por el contrario, el poema que puede ser fácilmente decodificado, agota demasiado pronto su capacidad para seguir hablando por sí mismo, desde sí mismo y, más temprano que tarde, envejece.

La «ilegibilidad» y «opacidad» a las que nos referimos no siempre están presentes en la poesía escrita por jóvenes. Por eso se hace necesario distinguir entre poesía joven, una cuestión valorativa, y poesía escrita por jóvenes, un mero hecho descriptivo. Lo escrito por jóvenes no siempre llega a ser, en efecto, joven. No lo es, por ejemplo, cuando lo nuevo hace depender el valor de su novedad de las diferencias más exteriores frente a sus contemporáneos, en lugar de buscar la originalidad en su propia circunstancia vital. Por otro lado, el poeta joven envejecerá prematuramente cuando busque la aprobación del poeta consagrado y oficial con el fin de abrirse paso en el mundo literario. Probablemente sea leído, pero también será legible, comprensible, oficial, y habrá puesto fecha de caducidad a su poesía.

La apuesta por la poesía escrita por jóvenes —poesía que esperamos que algún día también sea joven— es solo una faceta más de la apuesta por lo nuevo. La necesidad de adentrarse en territorio desconocido para traer al presente lo que pertenece al futuro, debería ser el objetivo de toda revista  literaria que se precie de tal. Está claro que la juventud cronológica no constituye ningún valor en sí misma si no viene acompañada de un nuevo sentir y la capacidad de crear o recrear nuevas y complejas realidades. Pero si como lectores o editores no estamos dispuestos a confiar en la obra de un talento desconocido como lo hacemos con uno que el tiempo y una serie de circunstancias arbitrarias ya consagró –lo que sea que esto signifique–, entonces tendríamos que renunciar al nombre de creadores y dedicarnos a repetir lo que todos ya dicen. Esperamos que nuestra decidida apuesta por la poesía joven escrita por jóvenes pueda hacer que Lucerna mantenga algo de vitalidad por algún tiempo más.

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