[Extracto del ensayo «Frankenstein o los abismos de la soledad» (Lucerna N° 11) (Noviembre 2018)]
Por: Mariangela Ugarelli
Alrededor de nosotros solamente se ven montañas blancas de hielo. El hielo es blanco y frío, refleja nuestra propia soledad incólume. Dentro del paraje invernal de la tundra unánime o los glaciares de la Antártida el hielo titánico esboza sus más imponentes expresiones. Pese a ello, mirar a las montañas heladas mientras Victor Frankenstein reanima la carne, parece una decisión extraña, por no decir disparatada. El paisaje helado, sin embargo, es el escenario semántico de toda la novela, hielo donde se refleja la soledad, multiplicada en todas sus aristas. Las cumbres glaciales son ojos, un Ellos que observa la soledad de los personajes dentro de la novela de Mary Shelley. Maurice Blanchot se pregunta “…what does the expression to be alone signify?” (Blanchot 21). Más que la pregunta por la vida o la muerte es la pregunta por la soledad la que guía la novela de Shelley.
El campo semántico asociado con Frankenstein y su autora tiende a alejarse de la novela y gravitar hacia un significante hijo de un signo: la novela Frankenstein ha producido un vástago irreconocible a sus ojos. La lectura de la novela revivifica al texto y a la criatura “the novel, in a word, reanimated” (Stewart 440); esto, comenzando por el personaje titular: un significante que no corresponde al significado. La palabra ‘Frankenstein’ se tiene por el monstruo y no por su creador, con la cabeza cuadrada, verde, incapaz de proferir palabra; obra del patriarca de todos los científicos locos….
Estas ideas permean la crítica sobre el libro. De acuerdo con lo expuesto por Lawrence Lipking en su ya clásico trabajo “Frankenstein, the True Story; or, Rousseau Judges Jean-Jacques” pinta un panorama que parece haber cambiado poco desde que el artículo apareció por primera vez. Explica que, en relación a los exégetas de la novela: “…what they did and did not talk about proved remarkably similar (420).” Con la llegada del aniversario de la novela, la publicación de textos sobre Mary Shelley se ha disparado y con ello acaparado una gran cantidad de los temas a tratar alrededor de la novela: la condición femenina de Shelley y su conexión con el nacimiento del monstruo, la ciencia detrás de esta acción; continúa Lipking “Example: Item: Frankenstein is the degenerate offspring of a dysfunctional family. Not worth mentioning: every character in the book loves and admires him.” (419). El crítico llega hasta plantear que “No book seems better suited for this free for all. In almost every way Frankenstein might have been designed as grist for the contemporary critic’s mill.” (416). Sin embargo, entre el tejido de la sábana infinita del Texto, Frankenstein o el moderno Prometeo se convierte en un saliente pico dentro de la historia de la ciencia ficción. Mucha de la crítica ha hecho hincapié sobre este aspecto de la obra: la gesta del monstruo y la justa contra el impulso creador. Volvamos, entonces, la mirada a los parajes helados de la soledad ontológica del hombre, verdadero monstruo creado por el ser humano en su intento de comunicarse. Utilizando la óptica de Maurice Blanchot sobre el autor, Frankenstein la novela se nos revela como un espejo de hielo que multiplica caleidoscópicamente la soledad originaria del autor; Frankenstein personaje, movimiento mimético que refleja la soledad del ser humano, de Mary Shelley, del lector, de todos los que participan del círculo hermenéutico, un ente violentado, perenne víctima de la falta.
La soledad diegética
Si bien la obra lleva el título de su protagonista, el lector se encuentra dialéctica y diegéticamente muy alejado de este, quien queda encerrado entre varias capas textuales, monstruo de su laberinto. Recordemos que el lector no tiene un recuento de primera mano de la experiencia de Frankenstein. Garret Stewart en su trabajo “In the Absence of Audience” habla de la “layered textual dimension” de la obra (443), resaltando la importancia de recordar los niveles autoriales que juegan en este texto. La historia del Dr. Frankenstein es narrada en primera persona, pero quien la escribe es Walton. Asimismo, está enmarcada por las cartas que Walton escribe a su hermana, las cuales, según el prólogo, habrían sido dispuestas por un tercero. Dentro de este túnel está la narración del propio monstruo de Frankenstein, quien habría contado su historia al doctor, quien luego se la relata a Walton.
Por más que se hace explícito que el doctor Frankenstein revisó y aprobó el manuscrito, la mano del primer autor, Walton, dentro del universo diegético es innegable. A este filtro se aúna la meta-narrativa de las cartas que el lector supuestamente lee. Walton, personaje que también funciona como pluma del doctor, está poseído por el vacío que produce el anti-afecto o la soledad en sí misma, la imposibilidad de tener un interlocutor. Él escribe a su hermana: “I have no friend, Margaret: when I am glowing with the enthusiasm of success, there will be none to participate my joy” (10). Walton recibe a Victor Frankenstein como la respuesta a sus desesperadas plegarias pero pierde a su compañero de conversación una vez éste finaliza de contar su historia, reforzando así la imposibilidad de las relaciones humanas (como las que han sido destruidas por el propio monstruo de Frankenstein). La soledad óntica del autor es una de las dos dimensiones de las cuales habla Maurice Blanchot al referirse a la soledad inherente al mismo. La experiencia de escritura es un acto inherentemente solipsista en el momento de pensar y en el de escribir (el espacio escritural). Walton presenta esta dimensión de la soledad autorial: se dibuja como un ser quintaesencialmente solo (“I bitterly feel the want of a friend” [10]), a pesar de que, irónicamente, comunica la soledad a través de un medio atado a esta (las cartas).
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[Las notas a pie de página han sido omitidas para facilitar la lectura en línea]
Mariangela Ugarelli. Licenciada en Literatura Hispánica por la Pontificia Universidad Católica del Perú y candidata a PhD por la Johns Hopkins University. Su campo de estudio es la literatura fantástica, tema de su tesis de licenciatura sobre el escritor argentino Leopoldo Lugones, intitulada “La Palabra Secreta: Cuentos Fatales como alegoría literaria del mito del eterno retorno para el funcionamiento de los fantástico”. Se ha presentado en diversos coloquios analizando textos de variada índole desde Lautréamont hasta Ricardo Palma. Ha publicado reseñas en revistas independientes como Láudano, periódicos (El Dominical de El Comercio) y revistas virtuales como La Conjura de los Libros. Como narradora ha publicado en la antología Cuentos peruanos sobre objetos malditos de la editorial El Gato Descalzo y en la antología Héroes y santos de la editorial Aeternum. Además, ha ilustrado la portada de la revista Penumbria en su edición dedicada a H. P. Lovecraft.