Alguien que ha dedicado su vida a los libros –a leerlos, escribirlos y editarlos– debería estar encantado y ser el primero en celebrar que el Estado y la sociedad consideren al libro como un bien de primera necesidad. Pero no es necesario escarbar demasiado para darse cuenta de que un deseo como este, en apariencia tan indiscutiblemente encomiable, genera más dudas que certezas. No viene al caso hacer aquí el elogio del libro ni el recuento de su importancia en la historia de la humanidad. Podríamos llenar páginas sobre lo que el libro significa para cada uno de nosotros y para la sociedad. Pero no será necesario. Su importancia absoluta o relativa está fuera de discusión. Lo que aquí queremos examinar es si es viable considerarlo un bien de primera necesidad en un país como el nuestro, con las profundas desigualdades y carencias en las que vivimos, que la pandemia de este año no hizo sino desnudar.
Está claro que la necesidad de un bien, no es algo que el Estado ni nadie pueda fijar por decreto, menos aún en un contexto en que ni siquiera las necesidades más elementales para la subsistencia están garantizadas. En condiciones como estas, la consideración del libro como bien de primera necesidad solo puede sostenerse en sentido metafórico. El libro solo podrá aspirar a ser tal el día en que las necesidades humanas básicas como alimentación, vivienda y salud, se encuentren cubiertas y esto es algo que ni el más entusiasta defensor del libro puede afirmar que se da en nuestro país.
Necesitamos fortalecer el sector editorial peruano, que se publiquen más y mejores libros, que se formen más lectores y lectoras, pero antes necesitamos tener garantizadas las condiciones mínimas para que el libro pueda ser verdaderamente un bien de acceso libre y universal, uno de los requisitos para que sea de “primera necesidad”. El libro solo puede desplegar todo su poder cuando se ha abandonado el reino de la necesidad y se ha arribado al de la libertad. Si solo algunos pocos pueden acceder a este reino y gozar del privilegio del libro y la lectura, entonces el libro será todo lo valioso que podamos imaginar, pero nunca un bien de primera necesidad.
Alguien que vive por y para los libros sabe perfectamente que el pensamiento crítico que se forma con el trato frecuente con estos, no admite concesiones, idealizaciones o romantizaciones que pretendan aislarlo de la enrevesada maraña de condicionamientos en la que nace un bien tan raro, noble y frágil. Nuestro irremisible amor por ellos no nos debe cegar ante la realidad de que en las circunstancias actuales en que vivimos, el libro no puede ser igual de vital que un respirador, un balón de oxígeno medicinal o una cama de hospital. Un auténtico amor por los libros aspira siempre a que todo lo que tenga ver con ellos conserve un manto de equidad, transparencia y realidad. Pues, si no deberíamos falsear la realidad en nombre de nada, ¿por qué íbamos a hacerlo en nombre de algo que estimamos tanto como el libro?
Buenas tardes. Deseo adquirir la Nº13
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