(ella)
Autora: Jennifer Thorndike
Borrador Editores
Páginas: 108
Año: 2014
Segunda edición
Por: Julio Isla Jiménez
En el tan pujante como ingrato mercado de la publicación independiente, una reedición puede valer tanto o más que un premio literario: significa el espaldarazo del lector y el beneplácito de la crítica independiente. Pero esta temporal aquiescencia no exime a las obras reeditadas de que sean nuevamente examinadas con el mismo ojo avizor que se pone sobre los libros publicados por primera vez. De esta manera podremos comprobar cuán justificada estuvo dicha reedición. Como en efecto veremos que lo está, esta nueva edición de (ella), la primera novela de Jennifer Thorndike (Lima, 1983), publicada hace dos años.
Y lo está porque en tiempos en que el carácter inconmovible y pretendidamente sagrado de algunas instituciones sociales se ha tornado insostenible, son necesarias ficciones con el poder cuestionador y transgresor de (ella). La transgresión consistirá, pues, a grandes rasgos, en la desacralización del que se supone que es el último reducto de pureza en un mundo de valores en perpetuo entredicho: el amor parental. Cuando las perversas leyes de dominación que dan cuerda al tejido social se reproducen también en este ámbito, pueden dar lugar a extremos de crueldad inusitados. La indisolubilidad del vínculo natural puede constituir, en este sentido, un cepo aún más férreo que cualquier otro, y cuando extrema sus demandas puede llegar a exigir, no solo una sumisión absoluta, sino la total enajenación de la persona, su transformación en un espectro que no es más que la proyección de una dependencia y un control enfermizos que no parecen terminar con la muerte.
Todo este proceso de degradación y aniquilamiento es vívidamente experimentado por la protagonista sin la menor posibilidad de consuelo o redención. No encontraremos, pues, aquí a una heroína que, a pesar de su derrota, obtenga cierta dignidad con su caída. Pues aunque hay un tenue intento de volver a empezar, el dominio ha sido tan absoluto que al desaparecer el agente que lo ejercía, la madre, con ello le ha privado al mismo tiempo del sustrato vital que le suministraban el odio y la culpa. Si no hay rebelión y la aniquilación es completa, ¿en dónde radica, pues, el poder transgresor de (ella)? Pues de la misma forma en que un martirio voluntariamente aceptado, al poner de manifiesto la crueldad e irracionalidad de las reglas de un sistema, termina por socavar sus fundamentos, en la cruda y minuciosa descripción de los extremos de sometimiento a los que es empujada la protagonista en nombre del amor filial, encontramos el más severo cuestionamiento de una institución, cuyos imperativos morales se distorsionan cuando sus mandatos son considerados más importantes que la vida de los hombres y mujeres que están al amparo de sus leyes. Sueños, ilusiones, sentimientos, todo en cuanto brote algo de aliento vital, es sacrificado en el altar filial para mostrarnos el potencial deshumanizador implícito en algunos de nuestros valores más sagrados. Más allá de otras virtudes narrativas, en este poder cuestionador creemos que se encuentran los valores más permanentes de (ella) y la mejor justificación para su reedición.