AUSTIN, TEXAS 1979
Autor: Francisco Ángeles
Editorial: Animal de invierno
Páginas: 141
Año: 2014
Por: Julio Isla Jiménez
Aunque la crisis existencial de Pablo, protagonista de Austin, Texas 1979 –la segunda novela de Francisco Ángeles (Lima, 1977)– sea el hilo conductor y el eje que articula las dos historias intercaladas en su relato, son estas dos historias las que, a mi modo de ver, concentrarán el mayor interés de la novela y entre las cuales se encuentran sus páginas más memorables. Las historias del psicólogo y del padre de Pablo, aunque encuadradas dentro del relato de la crisis del protagonista, adquieren cierto grado de independencia al ser referidos en extenso y con gran profusión de detalles hasta la conclusión de cada uno, terrible en el caso de la historia del psicólogo, más esperanzadora en el caso del padre.
Esta independencia se consigue gracias a una voz narrativa detallista, intensamente subjetiva, rica en matices e inflexiones, que aun cuando cede su lugar a otros narradores –la hija del psicólogo y el padre de Pablo–, no deja de engarzar constantes observaciones y acotaciones en los relatos ajenos. Esta continua intromisión, que en un narrador con menos oficio podría resultar cansina y morosa para la fluidez del relato, en Austin, Texas 1979 nos muestra más bien a un autor con grandes dotes de observador y una mirada atenta a todos aquellos sucesos que, aparentemente inofensivos, esconden un potencial revelador, y que es consciente de que los efectos de ciertas acciones pasadas, lejos de agotarse por el mero paso del tiempo, necesitan ser desentrañados y examinados a la luz del presente.
En ambas historias alienta la convicción de que no existe nada fijo ni estable en aquello que llamamos realidad, pues aun lo que parece más sólido puede ser trastornado de un momento a otro, como confiesa el padre del protagonista: “No entendía cómo podía abrirse una grieta tan fácilmente en una vida consolidada, en una vida que me había costado tanto enrumbar. Y de pronto, con gran esfuerzo, consigues un rumbo, un horizonte, una dirección, y después, de improviso, […] te das cuenta de lo precaria que es esa estabilidad que juzgabas segura” (113). Cuando se abren estas grietas, la única forma de evitar el total descalabro será mediante la adopción de medidas que, aunque no nos dejarán del todo indemnes, lograrán mantenernos a flote. Estas medidas pueden ser crueles, como en la historia del psicólogo, o de abnegada renuncia voluntaria, como en la historia del padre del Pablo, pero en ambos casos, la fuerza de los acontecimientos exige una decisión arriesgada, que no dejará de tener consecuencias en el futuro. Funestas para el psicólogo, pues deberá hacer frente al incontenible odio de su hija, y agridulces para el padre, que no deja de preguntarse por el rumbo que podría haber tomado su vida si hubiera llevado las cosas hasta el final, aquel lejano día de 1979 en Austin, Texas. Confrontarnos con la inestabilidad esencial de la existencia, a través de una narración que conjuga una notable capacidad para la observación y el detalle con una gran destreza narrativa, constituyen los mayores méritos de la novela.