EL RUMOR DE LAS AGUAS MANSAS
Autor: Christian Reynoso
Editorial: Peisa
Páginas: 315
Año: 2013
Por: Julio Isla Jimenez
La narrativa sobre la violencia no se agota en la representación del conflicto armado interno. Mucho menos abordada literariamente es la violencia que se desata cuando se agudizan y estallan los conflictos sociales. En estos, la frontera entre lo moralmente aceptable y lo que no lo es, se torna difusa y suelen ser múltiples los factores que encienden la pólvora. Por ello, además de virtudes literarias, una narrativa que se enfrente a este tipo de violencia requiere una mirada atenta y suspicaz que le permita una adecuada comprensión de las causas del conflicto. El rumor de las aguas mansas de Christian Reynoso (Puno, 1978) tiene esa mirada y presenta una visión solvente de la problemática social que concluye en el brutal linchamiento de un alcalde puneño.
Las demandas de autonomía política serían en apariencia el origen del desborde popular, según parece desprenderse de una de las reflexiones del alcalde ajusticiado: «en el altiplano aymara había un discurso que se venía gestando […] en relación con el tema de la autonomía […] Todas estas demandas parecían ganar espacio, pero en el fondo solo eran ideas y aspiraciones, tendría que ocurrir un cataclismo en el Titicaca para que se hicieran reformas de ese tipo en la estructura del Estado». Pero junto a este discurso autonomista y a las legítimas reivindicaciones sociales se dan cita ambiciones políticas que buscan sacar partido del malestar social con el fin de preservar su poder económico, provocando el fatal «cataclismo» que trastorna las aparentemente mansas aguas del Titicaca.
Los mejores capítulos de la novela son los que narran las circunstancias en que se produce el linchamiento del alcalde Godoy. En ellos se retrata con crudeza los abismos de violencia a que pueden conducirnos el fanatismo y la manipulación. Afortunadamente, la mirada de Reynoso rehúye cualquier maniqueísmo y nos muestra a la víctima y a los conspiradores con todas sus miserias y contradicciones. El pueblo es, a su vez, representado, con mucho acierto, no como una masa informe y violenta, como podría hacerlo una visión simplista que contempla el conflicto desde afuera, sino como una multitud presa de la indignación, el miedo y el arrepentimiento, una vez consumado el crimen. Todos, víctima y victimarios, son a su vez víctimas de los males que están detrás de toda convulsión social: la miseria y la desigualdad. El descontento que estas generan es el rumor que amenaza agitar las aguas mansas del pueblo. Cuando estas son agitadas por intereses subalternos, se desencadena una espiral de violencia de la que nadie puede salir indemne, como sucede con el protagonista, Bruno Giraldo, que al involucrarse a fondo en la investigación del linchamiento, pone en riesgo su relación sentimental y hasta su propia vida. Aunque la historia de la investigación cede en interés a la del linchamiento en sí, esta basta para mostrarnos a un narrador maduro, involucrado con su material y que acierta en colocar los resortes de las acciones individuales dentro de un marco social más amplio.
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