LA SANGRE DE LA AURORA
Autora: Claudia Salazar Jiménez
Editorial: Animal de invierno
Páginas: 94
Año: 2013
Por: Julio Isla Jiménez
Cuando parece que no queda filón sin explotar en la narrativa que aborda los años de barbarie, cada cierto tiempo aparece una nueva ficción para demostrarnos que siempre se podrán mostrar nuevas aristas. La sangre de la aurora de Claudia Salazar Jiménez (Lima, 1976) se suma a una larga lista de novelas que retratan los años de violencia armada, pero destaca nítidamente por algunas razones. No es, ciertamente, la primera que se propone mostrar una mirada múltiple de los diferentes actores involucrados en la guerra interna. No será la única, por otro lado, que pretenda mostrar en toda su crudeza las atrocidades perpetradas por ambos bandos. No será, finalmente, la primera que intenta mostrar cómo un grupo humano –la mujer, en este caso– es objeto de tales atrocidades.
Lo que hace que La sangre de la aurora destaque con luz propia es que su plasmación artística se encuentra en perfecta consonancia con el proyecto ideológico que la inspira y que puede resumirse en la frase de Marx que sirve como uno de los epígrafes: «Cualquiera que conozca algo de historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino». De acuerdo con esto, y a diferencia de otras ficciones en la que la mujer es meramente víctima, en La sangre… la mujer es, en efecto, víctima, pero también victimaria, agente y forjadora, para bien o para mal, de su propio destino, como en el caso de la terrorista Marcela, que elige la cruel vida del partido y asume sus funestas consecuencias.
Hay, pues, en La sangre…, como en toda ficción que pretende calar hondo, una idea directriz –en este caso, el fermento femenino como motor del cambio social– que permea todo el relato. Y es aquí donde reside su mayor mérito: que sus sofisticados recursos narrativos –que alcanzan por momentos un gran virtuosismo literario– siempre están al servicio de una mirada, como señala Antonio Muñoz Molina en un comentario de la novela, «atónita de horror, curiosidad y compasión». Esta mirada se expresa en el crudo lirismo de algunos pasajes: «El cuerpo en sí no existe. Existe un acto contundente. Una represalia del Estado. Una mujer gestante. Pedazos de un soplón. Trozos de un vendepatria». Con escenas memorables como el frustrado abandono de una niña fruto de una violación y la recreación del múltiple estupro que sufren las tres mujeres –cuyos nombres, no es casualidad, empiezan con la letra M–, acaso el momento de la novela que mejor ilustra la lograda articulación entre la idea del destino común que afronta el sujeto femenino y una técnica novelística que sabe transmitir la fatalidad de ese destino. En suma, la perfecta adecuación entre fondo y forma que se da en La sangre… logra persuadirnos de una convicción que alienta en la novela: «Lo femenino es el origen de todo. Lo femenino es fermento, magma, depuración y creación. La aurora que se levantará cuando la revolución esté completa».
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