En nuestra sección de traducciones de la novena edición de Lucerna se incluye el famoso «Rezo en la Acrópolis» del escritor francés Ernest Renan (1823-1892), un hermoso y exaltado texto de devoción por la belleza y la perfección de la cultura griega, encarnadas en la Acrópolis y la diosa Palas Atenea. Este texto fue publicado en 1883 y tuvo su origen en un viaje a Grecia realizado por Renan en 1865. La traducción estuvo a cargo del escritor y traductor griego Rigas Kappatos. Compartimos un fragmento de la introducción.
ERNEST RENAN
INTRODUCCIÓN AL REZO EN LA ACRÓPOLIS
No fue sino muy tarde en mi vida cuando empecé a tener recuerdos. La necesidad imperativa que me obligaba en mi juventud a solucionar por mí mismo mis problemas, sin el descuido del intelectual –sino con la fiebre del que lucha para vivir– hacia los altos problemas de la filosofía y de la religión, no me dejaba ni un cuarto de hora para mirar hacia atrás. Tirado seguidamente en la corriente de mi siglo, la que hasta entonces desconocía completamente, me enfrentaba con un espectáculo de la realidad tan novedoso para mí, como sería la sociedad de Crono y de Afrodita para aquellos que llegarían hasta allá a conocerlas desde cerca. Lo encontraba todo insignificante y moralmente inferior a lo que había vivido en Issy3 y en Saint-Sulpice.4 Mientras tanto la superioridad de la ciencia y los importantes logros de gentes como Eugenio Burnouf, la incomparable vida que emitía la discusión por M. Couzin, la gran renovación que Alemania introducía en casi todas las ciencias conocidas y luego mis viajes y el ardor de producir, me encadenaban y no me dejaban soñar con años que se habían alejado de mí, formando mi pasado. Mi permanencia en Siria me alejó aún más de mis recuerdos anteriores. Las sensaciones enteramente nuevas de ese país, las visiones que tuve de un mundo divino, la cumbre de Safed, tan ajenas en nuestros países fríos y melancólicos, me absorbieron completamente. Desde hacía ya tiempo mis sueños eran la quemada sierra del monte Galaad, donde apareció el Mesías, el Carmel y sus valles de anémonas sembradas por la mano de dios; el báratro de Afaca, de donde emana el río Adonis. Todas experiencias únicas.
Fue en Atenas, en 1865, donde sentí por primera vez una viva sensación de retorno al pasado y la sensación de una brisa de frescor penetrante que llegaba desde muy lejos. El sentimiento que me provocó Atenas fue mucho más fuerte que cualquier otro que había vivido hasta entonces. Hay solamente un lugar donde existe la perfección. No hay dos. Y ese lugar es Atenas. Nunca antes me imaginé algo semejante. Fue el ideal mismo de la perfección que apareció delante de mí cristalizado en mármol pentélico. Hasta entonces creía que la perfección existía fuera de este mundo; solo una revelación me parecía que podía aproximarse a lo absoluto. Ya, desde hacía tiempo, había dejado de creer en milagros como tales; aunque el único destino del pueblo hebreo, terminando en el cristianismo, me parecía algo completamente distinto. Y ahora, de repente, junto al milagro hebraico llegaba, para mí, el milagro griego, algo que existió solo una vez, y que anteriormente no existió en ninguna otra parte, y que no existirá jamás en ningún otro lugar, pero cuya influencia durará por los siglos de los siglos como una belleza eterna. Sabía muy bien, antes de viajar allá, que Grecia era la creadora de las ciencias, de las artes, de la filosofía, de la civilización, pero desconocía el grado de la extensión de sus logros. Cuando vi la Acrópolis, sentí la revelación de lo divino, como lo sentí una vez enfrentando la viva revelación del Evangelio, viendo el valle del río Jordán desde las alturas de Kasiún. Después de haber visto la Acrópolis, todo el mundo me pareció bárbaro. El Oriente me disgustó con su pomposa ostentación, sus imposturas. Los romanos no fueron más que soldados incultos; la majestuosidad de un hermoso romano, de un Augusto, de un Trajano, no me pareció más que una discreta pose delante de la simple nobleza de esos ciudadanos griegos tranquilos y orgullosos.
Rigas Kappatos (Cefalonia, 1934). Poeta, cuentista y traductor. Estudió literatura, música y lenguas extranjeras, pero su actividad central de traductor se relaciona con el castellano y principalmente con la literatura hispanoamericana. Su trabajo en este campo incluye las obras poéticas completas de Federico García Lorca y César Vallejo, selecciones de Pablo Neruda, Nicanor Parra, Antonio Machado, antologías del cuento peruano y chileno, etc. Ha traducido el Diccionario de símbolos de Juan-Eduardo Cirlot y, en colaboración con el mexicano Carlos Montemayor, la Antología de la poesía griega del siglo XX (2006), publicada en la colección El Manantial Oculto.