Lucerna No. 4, Poesía

Tres poemas de Ethel Barja

Ethel Barja (Huanchar, 1988)

Estrépito

visión de junco
todo claro
erizados los cuatro costados del asfalto
el sonido
fuego en expansión
va hacia el fondo violáceo del agua
donde cae el grito caliente
lugar donde se escarba y renacen las uñas

mientras aquí repasamos la calle
sin distinguir cómo la hora golpea sus paredes
los reflejos procrean reflejos
raíces de azogue en el tronco cercano
rostros que devoran rostros
visión nublada
cincelados los pasos al borde de la ceguera
solo la voz del fondo enciende el farol de la frente
filamento frío detrás de cada músculo
y el pie siega transversalmente el espacio
templados movimientos hacia el estallido inaudible
ingresas al mar hasta las rodillas
y eso no basta para tener miedo
no es suficiente para besar la costra
no basta para encontrar esa red en el agua
ni para sostener con el pecho el cardumen
ni pronunciar su marcha precisa
ni para acariciar su superficie hambre
no basta para entrar en la desaparición
no basta para masticar de una vez
lo que el aullido hace crecer bajo su sombra
ni para bordear sigiloso el vestigio
ni ponerlo a hornear para engullirlo
de una vez y para siempre
no basta, y hay que sumergirse solamente
hasta no escuchar ni un solo graznido en la costa
solo el ojo del remolino
solo su voz en crecimiento

Publicado en Revista Lucerna N°4 (2013)

 

 

Volveremos como el peso del día,
como lo que regresa en otra densidad
a calzarnos de polvo,
a emprender esa cuesta.
Las piedras otra vez piedras y más.
Tocaremos su extremo preciado
las sumaremos a estos botines
multiplicados en nuestras espaldas.
Entre estos dedos pequeños
el musgo se elevará a otra materia
al son de nuestro canto imperturbable,
guía de la expedición entre las ramas.
Volveremos a los usos y costumbres
de la reconstruida capital de aquel país remoto,
donde llegamos, delimitamos, nos raspamos las rodillas
y nos detenemos a consolar al más pequeño.
Nuestra madre vendrá y medirá nuestro territorio
y la veremos tomarnos uno a uno de la mano
y un poco de leña para abrigar la noche
y un poco de oscuridad para encender el pecho.

De: Insomnio vocal (2016)

 

 

Día 15

La niebla devora el espacio.
Travesía invertebrada:
Los bordes han huido.
Ni Blanco sobre blanco,
ni círculo negro en el aire.
La turbulencia en la gramática
del ojo
nos lleva al precipicio de las cosas,
a sus vapores, a su cauce, a su vértigo,
a su disco sin cielo
a esa rueca
que respira en el naufragio
dentro y fuera del mar rojo
la voz grave en el carbón
las velas ensimismadas
mis venas bendecidas
en alcohol ultramarino
allí entierro estas branquias
mi pulso anterior
mis escamas
racimos de la duda
se embriagan mar adentro.

De Travesía invertebrada (2019)

 

Ethel Barja Cuyutupa (Huanchar, 1988). Es autora de los libros Trofeo imaginado entre dientes (2011), Gravitaciones (2013), Insomnio vocal (2016) y Travesía invertebrada (2019) por el que recibió el Premio Cartografía Poética 2019 (Perú) organizado por Lumpérica Cartonera. Su escritura ha sido incluida en Voces al norte de la cordillera: Antología de voces andinas en los Estados Unidos (2016) y en las revistas Hostos Review, Los Bárbaros (EE.UU.), Stadtsprachen Magazin, Madera, alba.lateinamerika lesen (Alemania), Lucerna (Perú) entre otras. Es licenciada en Lingüística y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Perú y maestra en Literatura Hispánica por la Universidad de Illinois en Chicago. Actualmente, vive en Providence (EE.UU.), donde estudia un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad Brown.  Ver más en http://www.ethelbarja.com

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Lucerna No. 4, Reseñas

Reseña de Gravitaciones de Ethel Barja (Lucerna No. 4)

Ethel Barja - Gravitaciones

GRAVITACIONES
Autora: Ethel Barja Cuyutupa
Editorial: Paracaídas Editores
Páginas: 69
Año: 2013

Por: Daniel Romero Suárez

Gravitaciones es un poemario de la Tierra. La voz poética tiene una sensibilidad de la tierra y esto no solo por la clara presencia estructuradora de la diosa clásica Gea, sino también por la presencia, menos explícita, de la Pachamama andina. En Gravitaciones, la voz poética concibe el mundo en términos de los frutos de la tierra, de ahí que un grito pueda ser «ají recién triturado» («Vigilia», 15).

En «Día de campaña» (23), descubrimos que la diosa Gea está desdoblada y en «Sombra» (27) que la duplicación es una condena: ¿la imposibilidad de forjar una identidad? Sin embargo, esa posible falta de identidad a nivel personal, no es el único peligro, pues existe la posibilidad de que la poesía, «palabra orgánica», se extinga. Al elegir Gea purificarse a través de la muerte («Muerte de Gea», 25) cabe la posibilidad de que no vuelva a la vida: «si sus ojos no se levantan / se ahogará la palabra orgánica / el cristal se hará hierro firme / prefiguración del barrote» («Sombra»). Y si Gea no abre los ojos, no podrá renacer «en el animal vivo aprisionado en la lengua» y, por tanto, no comenzará el canto («1 de noviembre», 29), la palabra orgánica, viva.

En Gravitaciones, Gea es, por lo tanto, «musa». No obstante, no es una musa que habla a través de la poeta, sino que alimenta y guía: «en esta sordera navegamos / mientras Gea nos nutre / con su seno cercenado / cuna de la flecha encendida / que abrirá los labios» («Legión», 55). Gea anuncia aquel futuro en que la boca cantará. De ahí la imagen del «arco tensado» en poemas como «Núcleo» (41): «asentarse es no asentarse / […] asentarse es agitar el arco firme» y «Pasaje» (57): «y salgo a la calle con la piel roída / […] para atravesar el centro de tu pecho / para hacerlo madurar / hacerlo arco». Pero, especialmente, es en el último poema, «Gravitaciones» (67) donde vemos la importancia de la imagen del arco. La voz poética ya navega con Gea: «navega el oído en la lechosa sordera de Gea». La epifanía se acerca, pero no se le puede aprehender: «metamorfosis bajo la escama / lo tomas innumerables veces entre tus dedos / y no puedes sostenerlo». Por eso, al igual que el último poema de Trilce, se anuncia lo que está por venir. Se prepara el arco para el disparo final, para el canto definitivo.

En Gravitaciones, la ciudad está casi ausente. Y cuando aparece, es signo de alienación. Pero la solución no es escapar de ella, sino que Tierra se haga presente. Así, en «Reflejos» (35-36), gracias a Gea se mastican las «raíces», signo de la costumbre o rutina que surge «ante cualquier mostrador o en medio de la calle». En «Víspera» (39), el caminar convulso entre las calles fermentadas puede aligerarse al «roturar la tierra» lo que, en última instancia, nos lleva a una poética: «la música no aprendida / descenderá sobre tu lengua».

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