Lucerna No. 3, Reseñas

Reseña de La última sombra del agua de César Panduro (Lucerna No. 3)

Portada de La última sombra del agua de César Panduro

LA ÚLTIMA SOMBRA DEL AGUA
Autor: César Panduro Astorga
Paracaídas Editores
Páginas: 113
Año: 2013

Por: Julio Isla Jiménez

Cuando un narrador es también poeta –y más cuando es más poeta que narrador– antes que urdir enrevesadas tramas, improbables vueltas de tuerca o insospechados finales, se ocupa más de dotar a sus narraciones de un aliento lírico y a sus historias de un auténtico calor humano. Cuando una voz íntima y tierna nos habla de forma directa de amores frustrados («Sofía»), desengaño adolescente («Los ojos de Rodrigo») u obsesión sexual («Cristina»), valores narrativos como la economía de recursos y la necesidad de un final redondo, no son tan echados de menos. Este es el caso de los relatos que componen La última sombra del agua del poeta y narrador iqueño César Panduro Astorga. En ellos asoma constantemente la mano del poeta, y no solo por teñir de lirismo a los relatos («la ventana daba al cielo, y en las estrellas podía leer los poemas de ese poeta loco que llaman Dios». [«Paredes de palabras»]), sino al hablarnos de los sueños e ilusiones de hombres y mujeres enfrentados a la adversidad, ya sea por la falta de un terno para una fiesta («El terno del quince»), la incomprensión e ingratitud de la gente («Justin»), la violencia familiar («Esos lentes negros») o la imposibilidad de dar vida («El niño de oro»).

Pero no por ello debe creerse que su narrativa es morosa o desaliñada. Panduro es poeta no solo por la ternura y el lirismo, sino también porque consigue el equilibrio entre tono y expresión, y es eficaz sin ser lacónico y musical sin ser ampuloso, rehuyendo la excesiva verbosidad de muchos poetas narradores. Es poeta también porque predomina en sus relatos un tono melancólico y de nostalgia: «Esos lentes negros», «Una carta para Santiago», etc. Pero la pintura de hombres y pueblos no estaría completa si faltara en ella el humor, que se presenta con elementos grotescos en «Performance», picardía popular en «Canito», juguetona malicia en «Don Andrés» y pleno de color local en «Pablito».

En algunos relatos los triunfos y fracasos trascienden lo individual e involucran al colectivo: el pueblo de Ica. No importa si es un partido de fútbol; si ello sirve para despertar la solidaridad y unir y alegrar a grandes y humildes, no puede ser algo malo: «En ese instante no me importaba nada, solo la alegría que se celebra de verdad: la alegría de todos», dice el protagonista de «Paredes de palabras». Este sentir común se gráfica de un modo notable en «Pablito», en el que las alegrías y esperanzas de todo un pueblo son relatadas con espíritu festivo. Y este tal vez sea uno de los mayores aciertos de estos relatos: mostrarnos que las tragedias individuales nunca dejan de estar imbricadas al destino común de los hombres.

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